Seis Triple Ocho: cuando servir a tu país no era suficiente…
Una historia sobre el sacrificio y las grietas de la desigualdad.
Autor: HG Marteen
El argumento de Seis Triple Ocho prometía. Un batallón de mujeres afroamericanas en la Segunda Guerra Mundial —el 6888— enviado a Europa para encargarse de una tarea que muchos consideraban imposible: organizar y repartir millones de cartas acumuladas del ejército estadounidense.
Una unidad segregada, ignorada, boicoteada desde el primer día, a la que le dieron una misión imposible. En efecto, una historia atractiva.
Había visto algunos segmentos en TikTok —en ese scroll infinito que todos decimos que odiamos, pero al que siempre volvemos— y me pareció que la historia podía ser interesante. La anoté en mi lista de pendientes. Pero debo confesar que al descubrir que fue dirigida por Tyler Perry, perdí entusiasmo. ¿Por qué? Mi experiencia con su filmografía no ha sido feliz: hace poco vi Harta y todavía no me repongo (si no has leído mi reseña, haz clic aquí).
Aun así, decidí verla. Porque siempre intento ver cada historia sin prejuicios.
Una historia con dos guerras
«Necesitamos que sepan que queremos ser, e insistimos en ser consideradas, una parte de nuestra democracia. No algo fuera de ella.»
—Mary McLeod Bethune
Con esta frase comienza la película. Y no es casualidad. Porque esta no es solo una historia sobre mujeres afroamericanas sirviendo en el ejército. Es una historia sobre mujeres afroamericanas sirviendo a un país que no las quería, y que, sin embargo, les exigía lealtad incondicional.
La escena que mejor lo resume es el diálogo entre Bernice Baker y Johnnie Mae.
—«Si estás tan molesta con tu país, ¿por qué estás aquí?»
—«Porque no hay trabajo para mí. A menos que quiera volver al campo, o a la cocina de una blanca.»
Así de clara. Así de cruel.
En ese momento, Seis Triple Ocho muestra que hay dos guerras ocurriendo en paralelo: la del frente europeo… y la del frente doméstico.
Los afroamericanos vivían bajo el sistema de “separados pero iguales”, legalizado por el fallo del Tribunal Supremo en el caso Plessy vs. Ferguson (1896). Eso permitía la segregación racial en escuelas, baños, transporte, servicios públicos. Pero en la práctica, lo “igual” nunca lo fue【1】.
Las llamadas leyes “Jim Crow” institucionalizaron esa discriminación. Y aunque en el norte y el oeste del país no siempre existían leyes explícitas, la exclusión se aplicaba por costumbre, amenazas, acoso y violencia. Incluso hubo “ciudades del atardecer”, donde a los afroamericanos se les prohibía permanecer después del anochecer【2】.
Aun así, más de un millón de afroamericanos sirvieron en el ejército estadounidense. Pero no se les permitió entrar en combate salvo en unidades segregadas. La mayoría fue asignada a labores de apoyo: enterrar cadáveres, reparar tanques, cocinar, conducir camiones【3】.
Los oficiales negros no podían dar órdenes a soldados blancos, aunque estos fueran simples reclutas【4】. Y eso se muestra con fuerza en la película: una escena donde la capitana Charity Adams lleva a sus tropas al cine y varios soldados —incluso de menor rango— se niegan a saludarla, violando el protocolo militar.
Ese desprecio se siente. Y se acumula.
Otras unidades, la misma lucha
Aunque en la película no se cuenta —y es comprensible, porque se enfoca en las vivencias del 6888—, esa no fue la única unidad afroamericana que demostró excelencia a pesar del desprecio.
Los Tuskegee Airmen completaron más de 1.500 misiones de combate y escoltaron bombarderos pesados, condecorados incluso por los mandos más reticentes【6】.
El 761º Batallón de Tanques, conocidos como los Black Panthers, luchó en la Batalla de las Ardenas, con 183 días de combate continuo【7】.
La 92ª División de Infantería combatió en la campaña italiana, pero su propio general —Edward Almond— culpó a sus tropas afroamericanas del bajo rendimiento y recomendó no volver a usarlos como fuerzas de combate【8】.
Pero, la discriminación estaba tan naturalizada que muchos actos de valor no fueron reconocidos sino hasta décadas después【9】
Una bomba de tiempo (y no la buena)
Volviendo a la película, el batallón 6888 fue enviado a Europa con una tarea monumental: organizar toneladas de correo acumulado en almacenes infestados de ratas, húmedos, sin calefacción ni luz adecuada, durante una guerra, con recursos mínimos.
Trabajaban en turnos de 8 horas, 7 días a la semana, clasificando más de 65.000 cartas por turno【5】.
Y lo lograron. Pero, a diferencia de otras historias que hemos visto, —como dice la mayor Adams— no las enviaron porque creían en ellas:
—«Nos enviaron porque están seguros de que no podemos.»
Desde el viaje mismo fueron maltratadas: sin escoltas, sin condiciones mínimas de seguridad o alojamiento. El capellán enviado a “elevarles el ánimo” las humilla. Los oficiales blancos las boicotean. Las instalaciones son vergonzosas. Y, aun así, ellas avanzan.
La capitana Adams —más adelante ascendida a mayor— lo resume en otra línea potente:
—«Por una vez me gustaría jugar en igualdad de condiciones, sin trampas de los blancos. Justicia. ¿Es mucho pedir?»
Le responde la capitana Jones:
—«No, no lo es… pero tú y yo sabemos que eso no va a cambiar, al menos no pronto. Esto es parte de lograr ese cambio.»
Y tenían razón. El batallón 6888 no solo cumplió: lo hizo de forma impecable. Elevó la moral de miles de soldados. Llevó palabras de aliento a familias en casa.
Pero al volver a Estados Unidos, su trabajo fue ignorado tal como ocurrió con otras unidades afroamericanas.
El montaje emocional (y a veces, melodramático)
Llevar toda esta carga histórica al formato cinematográfico no es tarea fácil. ¿Cómo condensar todo esto a través del grupo de mujeres del 6888 en apenas 120 minutos?
Seis Triple Ocho utiliza como herramienta narrativa el montaje alterno: presente y pasado. Esta herramienta les resulta de gran utilidad para presentar la trama de la película, ya que como sabemos el conflicto de fondo es el racismo. Trenes, cartas, flashbacks, ensoñaciones, y una carta, el gran ancla emocional, escrita por Abram David para su amada Lena Derriecott y que nunca llegó. Esa carta, manchada con su sangre, inicia su recorrido desde el campo de batalla. En paralelo, vemos cómo crece y se fortalece el amor entre ambos jóvenes. Una historia sin sorpresas: sabemos que su destino será el dolor. Y al inicio eso ayuda.
Ese viaje que dura buena parte de una película, y que en palabras de la Mayor Adams “sirve para ponerle una cara a la misión que llevan a cabo”, es el gran símbolo de amor, de memoria… y de alguna forma, de deuda pendiente de la película.
En el fondo, tenemos una historia lineal, con inicio, desarrollo y desenlace. Y eso, en sí mismo, no es ni bueno ni malo: muchas de las grandes historias del cine se construyen así.
El problema es que Tyler Perry no puede evitar su inclinación al melodrama excesivo y esto le resta fuerza al mensaje, a esa lucha ardua que vivieron no solo las mujeres de la 6888 sino todos los afroamericanos en Estados Unidos. ¿Por qué? Porque se caricaturizan los hechos, y esa emoción que debía conectar, más bien aleja.
Por ejemplo: las escenas de Lena recibiendo ánimos y consejos desde el más allá, o desde su subconsciente, por parte de Abram resultan forzadas. Y no es que esté en contra del melodrama —soy latinoamericano, venezolano, crecí viendo telenovelas—, pero como dije, todo en su justa medida.
Otra escena —de tantas— que no ayuda: tras una humillación pública por parte de un oficial, el batallón completo —en perfecta sincronía— empieza a enumerar en voz alta sus talentos (perfumes, tejidos, tintes, etc.) y cómo cada uno podría contribuir a mejorar la gestión de la correspondencia entre el frente y los hogares. Una escena tan predecible como innecesaria, de esas que Hollywood insiste en repetir, aunque cada vez menos gente las compre.
Y en el clímax de la historia —alerta de spoiler—, cuando el general Halt mantiene conversaciones con Washington en su cruzada personal por clausurar la misión, gracias al poder del guion, las cartas comienzan a llegar a su pelotón. Los soldados se emocionan, al fin tienen noticias de sus familias. En un puente narrativo, recorremos el frente hasta llegar a Estados Unidos, donde vemos la alegría de quienes reciben esas noticias.
Uno debería emocionarse… pero ya es tarde. Porque la película no logra construir ese momento. Al menos no con la fuerza que debería tener. Y eso es una lástima.
Una historia necesaria, contada con limitaciones
Reconozco que Seis Triple Ocho es una historia que debía contarse. Las mujeres del batallón sostuvieron la moral de un ejército. Lucharon en dos frentes. Y lo hicieron con firmeza, sin reconocimiento y sin tregua.
Pero la película, como producto, se queda a medio camino. Los personajes son planos. El guion, predecible. Las escenas emotivas… torpemente ejecutadas.
¿Vale la pena?
Sí. Vale la pena por el hecho de que existió el 6888. Por el recordatorio. Por el homenaje. Por la memoria.
Como historia, merece ser vista.
Como película… no tanto.
Aun así, puede servir como una opción para una tarde tranquila. Y si logra motivarte a investigar más sobre el tema, entonces cumplió una función.
Fuentes:
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¿Te conmovió? ¿O sentiste que algo faltaba?
Te leo.
¿Te interesan reseñas que no endiosan ni destrozan, pero sí piensan en serio las historias que nos cuentan?
¿Conoces a alguien que haya visto esta película y quiere hablar de ella?
Pásale esta reseña.
@hgmarteen - Cada historia es un universo por descubrir. Por eso, desde mi mirada curiosa, exploro toda clase de relatos, ya sean películas, series o libros, para entender qué los hace únicos y cómo nos transforman. Te invito a explorar conmigo estas narrativas